PERRO BLANCO | NÚMERO 83 | FEBRERO / 24

Por Federico Karstulovich

La cancelación de la experiencia

En los últimos sumarios de la revista vinimos hablando sostenidamente de distintas situaciones a las que el cine argentino se había venido enfrentando y se estaba por enfrentar en breve según las perspectivas de una nueva administración. Por ese motivo, hasta que el panorama a futuro (luego de la caída del apartado cultural de la ley Bases, conocida popularmente como Ley Omnibus, se dispuso el lapso de un año para evaluar cambios y eventuales modificaciones a la ley del cine, hoy por hoy un objetivo utópico) sea un poco más claro en lo administrativo, dejaremos la insistencia con el plano nacional para hablar de un plano internacional. O en todo caso transnacional, porque de eso se trata. No vamos a historizar, pero sí a hacer una recapitulación que nos trae al presente.

Desde hace años existen las plataformas de consumo de cine, series y otras tantas cosas. Pero apenas hace menos de una década, la primera de ellas, Netflix, iniciaba su proyecto de mundialización (allá por 2016) en conjunto con la popularización de las smartTV. Quiere decir que hasta hace menos de diez años los consumos aparecían regidos por el cine, la tv por cable y, en el mejor de los casos, los servicios de Video On Demand (servicio que ahora mismo tienen las mismas plataformas como opción premium para acceder antes a estrenos cinematográficos recientes). Si el desarrollo de plataformas siguió su curso durante el lapso 2016-2020, el recorrido fue parsimonioso para casos como Amazon Prime Video, HBO Max, Apple+, Mubi y un poco mas atrasado (y consecuentemente acelerado) para plataformas como Disney+, Paramount+, Star+ y Universal+. Esa aceleración fue traída por la pandemia y las cuarentenas que anticiparon en dos años lo que naturalmente podría haber terminado dándose en una década: circulación híper veloz, consumo multiplicado y agotamiento de “contenidos”. En este punto la post-pandemia nos trajo la novedad de la explosión de las plataformas. Y así como se produjo un proceso pronunciado de hibridación de los formatos (sobre el que hablamos en este editorial, hace casi dos años y un tercio) en el lapso de 2018-2021, en los últimos dos años vemos consolidarse un proceso de homogeneización pronunciada de los contenidos, pero no se trata de un proceso cosmopolita (donde la “universalidad” se produce a partir del encuentro de tradiciones distintas que se van fusionando, indistinguiendo con precisión el origen cultural), sino de un proceso multicultural (con la agenda inclusiva al día, con todo lo insultante y demagogo del proceso) y, fundamentalmente, postnacional (una suerte de degradación del cosmopolitismo y la globalización).

La postnacionalización de contenidos habilita a que las plataformas dispongan cada vez menos productos de origen “dominante” (léase de origen nacional estadounidense y de otras cinco o seis grandes potencias económicas) y muchos más productos nacionales de las periferias pero a cambio de una estandarización formal. Este proceso de post-nacionalización de productos construye una ilusión: por un lado permite que las plataformas presenten un contenido más “inclusivo” en sus temáticas, pero también más inclusivo en su origen cultural. El estímulo a la circulación de esta clase de contenidos tiene su contraparte: se produce un borramiento de las marcas culturales de origen, sostenido sobre la base de la estandarización formal.

Ese sistema supone la negación de la experiencia cosmopolita, ya que no se sostiene sobre el estímulo de la hibridación, sino sobre la construcción reticular y “panalizada” (como si se tratara de un panal de abejas con celdas independientes a la vez pertenecientes a un sistema común de producción) de lo mismo pero que a primera vista parece otro. En este aspecto, la plataforma de Netflix vuelve a ser la primera en hacer punta con esta innovación, por lo que si bucean en sus contenidos agregados en el último año (y los que se agregan mes a mes) van a lograr observar el proceso mencionado: una multiplicación de producciones originales (que se suman al material preexistente obtenido por la compra de derechos) de Turquía, Polonia, India, México, Brasil, Marruecos, Grecia, España, Croacia, Sudáfrica, Corea del Sur, Japón, Filipinas, Vietnam, Argentina, Chile, Peru, Túnez, Italia, Francia, Alemania, Finlandia, Dinamarca, Israel, Rumania, que al mismo tiempo se neutralizan y se reconocen bajo un idioma formal y un código narrativo común, el de la plataforma en cuestión.

Esta postnacionalización, sumada a la tendencia a hibridar formatos, genera, como dijimos, la ilusión de una suerte de democratización de contenidos, que en el fondo es un atentado contra todo aquello que alguna vez fue la experiencia cosmopolita: el encuentro de culturas y no su ghettización de consumo. Esa fragmentación última es, en definitiva, el sueño último de la algoritmización de consumo: la percepción de que estamos consumiendo lo que queremos o lo que refiere a nuestra experiencia de gustos variados, cuando en realidad la tendencia es más bien inversa: cada vez menos apertura a la experiencia de conocer y ver cosas nuevas y distintas (sorpresa que proponía el cine en salas, acaso el último reducto menos algoritmizado de todos los que forman parte de la industria audiovisual, por no meterme con otra industrias culturales). Sobre ese nuevo mapa de cancelación de la experiencia cinematográfica (la continuidad de la cancelación por otros medios, que ya notábamos en los contenidos) es que nos estamos empezando a mover.

Quizás, en relación a recuperar la sorpresa y la experiencia de lo nuevo les vayamos a dar alguna noticia durante este año desde nuestra comunidad, que se encuentra en proceso de reconfiguración. Estén atentos.

Mientras tanto, les dejamos el sumario con el número de este mes, que viene con una potencia inusitada.

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