How to Blow up a Pipeline
EE.UU., 2022, 103′
Dirigida por Daniel Goldhaber
Con Ariela Barer, Kristine Froseth, Lukas Gage, Forrest Goodluck, Sasha Lane, Jayme Lawson, Marcus Scribner, Jake Weary e Irene Bedard.
United Colors of Sabotage
Inspirada en el libro homónimo de Andreas Malm, How to blow up a pipeline es una de esas películas cuyo título nos indica exactamente lo que vamos a ver. Como Serpientes en el avión o La pasión de Cristo. Dirigida por Daniel Goldhaber, quién también escribió el guión en coautoría con Jordan Sjol y Ariela Barrer, sigue los pasos de un grupo de jóvenes activistas que quieren volar un oleoducto en Texas. Con un tono a mitad de camino entre el thriller y el drama indie, la película nos vuelve testigos de, por un lado, la fabricación y colocación de las bombas en el desierto y, por el otro, del momento determinante en la vida que llevó a cada uno de los protagonistas a tomar la decisión de ser parte.
Como suele ocurrir en este tipo de propuestas, marcadas por una clara intención de denuncia, la construcción de los personajes puede ser un tanto manipuladora. Lo primero que salta a la vista es la mixtura cultural del grupo, que incluye a una estudiante de ascendencia mexicana, un estudiante negro, un nativo americano, un vaquero texano, dos lesbianas y una pareja de blancos punkies con familias (al menos la de él) acomodadas. Por supuesto, se entienden dos ideas: que el grupo es una representación a escala de cómo la explotación petrolera afecta a distintas facciones de la sociedad, y que, ante el avance de las corporaciones, el cambio climático y el inminente fin del mundo, todos los pueblos deberían unirse en una lucha común. Puede que esa utopía de un mundo mejor funcione en la teoría, pero en la película provoca el mismo ruido que las tapas de los manuales de inglés, donde niños de distintos colores conviven en paz y armonía.
Si nos concentramos estrictamente en la narración, lo cierto es que How to Blow Up a Pipeline tiene ritmo para las escenas en tiempo presente, con una cámara que registra, a veces bordeando el documental, la construcción de los explosivos en una casa destartalada en el medio del desierto, y el posterior emplazamiento en los lugares indicados para la detonación. Insertadas a modo de flashbacks, aparecen las historias personales de los involucrados; una operación que sirve para dar fondo a las acciones, e incluso para mostrar los grises de algunos comportamientos (en plan “no todos tienen el mismo grado de justificación”), pero que empantana el relato y lo desacelera.
Considerando que en el libro que sirve de base el autor propone el sabotaje y la destrucción de propiedad privada como formas legítimas de combate en pos de la justicia ambiental (es justo aclarar que no lo leí, y lo anterior surge tras una breve investigación), resulta esperable que, hacia el final, la película se decante por el panfleto sin atenuantes. Pero si la intención era impactar, en términos cinematográficos ocurre lo opuesto. Una conclusión apresurada y un cierre abrupto, anticlimático. Un encadenamiento de sucesos que, dentro de la ficción, parecen haber encendido la chispa del cambio; fuera de la pantalla, sin embargo, no hacen más que, justamente, dejarnos afuera.