PERRO BLANCO | NÚMERO 84 | MARZO / 24

Por Federico Karstulovich

Todos tenemos un plan

Si algo nos ha caracterizado a lo largo de los distintos números de esta revista es que nunca hemos hecho foco sobre políticas cinematográficas por cercanía política o por conveniencia. De esto hemos hablado en (este editorial repleto de múltiples editoriales previos (¡catorce!) y este editorial, es decir unas dos veces por año en promedio en los 84 números que llevamos, una vez cada 5.6 números en promedio), por lo que redundante sería repetirnos, pero poco estratégico para la conversación pública sería no hablar de lo que ya hablamos una y mil veces.
En todo caso de lo que no hemos hablado hasta el momento es sobre lo que nadie (otra vez) habla hoy, que es sobre el futuro plan del INCAA. En este sentido, en un contexto de preocupación válida y lógica (para quienes trabajan por y para el cine, no para quienes resisten en un cargo político por acomodos), con un INCAA dirigido por manos enigmáticas que, al menos a primera vista, parecieran tener un único y solo plan, el ajuste y la “racionalización” de gastos, la pregunta que se impone es la obvia: ¿Es factible tener un plan de un lado del escritorio (así como demandarlo, desde el otro) sin antes tener un diagnóstico real, justo y contundente? ¿Podemos tener un plan quienes estamos y pensamos en cine sin antes diagnosticar debida y honestamente lo hecho y lo existente?

La respuesta natural es no. Y para que el diagnóstico aparezca, lo primero que debe aparecer es la honestidad intelectual como norte. En ese sentido, cómo se puede demandar continuidad de políticas cinematográficas sin un debido panorama de origen? Es el continuismo por la mera continuación o se trata de otra cosa? Pirovano, el polémico nuevo presidente del INCAA (que se presenta como presidente de gestión completa y no un presidente provisorio) puede asentarse sobre la continuidad (algo que hicieron los antecesores)… ¿o la única opción que tiene es barrer por tierra con todo lo existente? Como bien venimos expresando en editoriales previos, desde uno y otro extremo no puede venir la solución. Al menos no una solución adulta. En todo caso la solución adulta y responsable puede venir del justo medio entre los extremos, en donde no todos son cómplices de políticas de vaciamiento del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (en el caso de la gestión 2019-2023 vaciamiento disfrazado de gestión, pero ajuste, concentración económica en los sectores mas poderosos, dispendio de dinero sin control, producciones pequeñas empobrecidas) así como quien se oponga no es cómplice de los ajustes extremos encarados por el nuevo gobierno, que a su manera es otra forma de vaciamiento.

¿Cómo se despejan los fantasmas del medio? Solo mediante la apelación a un diagnóstico honesto y demoledor con el estado de situación. Y sólo con un plan concreto y contundente de transparencia y fomento futuro. Solo en esas circunstancias resulta posible un verdadero proyecto cinematográfico a futuro. Ahora bien, el medio cinematográfico local ¿está en condiciones de enfrentar todos los males realizados previamente o en tren de evitar males futuros se va a aferrar a lo realizado de manera acrítica? Ahora bien, las nuevas autoridades, ¿están en condiciones de no reducir a todos los integrantes del medio bajo una sola y común identidad de operadores políticos, haciendo pagar a justos por pecadores?

En estas circunstancias, en donde los extremos de la crispación deshabilitan cualquier forma de diálogo, la única manera de recuperarlo fielmente es mediante la asunción de responsabilidades: desde aquellos que siempre fueron críticos pero decidieron callar para evitar inconvenientes con el medio hasta de parte de aquellos que siempre fueron obsecuentes con las circunstancias según la simpatía del poder político de turno.

Cuando empecemos a resolver eso, con un mea culpa responsable y duradero, sólo ahí va a ser posible pensar un proyecto a futuro. Mientras tanto lo que queda son gritos de uno y otro lado, sistema en el cual elegimos no ingresar.

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