PERRO BLANCO | NÚMERO 80 | NOVIEMBRE / 23

Por Federico Karstulovich

La espiral de silencio

Ya lo dijo el amigo David Obarrio alguna vez, “No es lo mismo que te guste el mundo del cine a que te guste el cine”. O dicho de otra manera: hay gente a la que le interesa más el recorrido de las relaciones públicas que hablar de películas y ver películas. Bueno, aquí bien podríamos ampliar la categoría: no es lo mismo el mundo de los trabajadores de cine (desde el estatuto más elemental de un rodaje hasta la jerarquía más alta de producción y dirección a el guionista-script doctor o al último asistente de VFX, responsable de Foley o asistente de montaje) que el mundo de la gente que “representa al cine”. Así como en la diferencia que proponía David nos podíamos permitir la separación entre categorías distintas que podían confundirse y hacer pensar que existe tal cosa como “la gente de cine” y que ese conjunto es homogéneo, aquí se impone una diferencia más, porque los trabajadores de cine no somos, necesariamente representativos de ninguna clase de uniformidad. Más bien se trata de una pluralidad silenciosa. Lo curioso es que en la invocatoria representativa, cuando un conjunto de erige como representante de un colectivo (dicho sea de paso: sin mediar cargo electivo alguno), lo que muchos trabajadores del cine percibimos es una suerte de desagradable unanimismo. Ahora bien, ya que esto no es nuevo, no solo se trata de quien come sino de quien se deja comer.

Aparece, entonces, con el acto y con la foto, un problema repetido que nos comentamos los no alineados, los que no tenemos que salir a bancar a ningún frente ni partido político porque optamos no por la neutralidad, sino por el distanciamiento crítico. Valga la nota al pie y la anécdota: varios de los que escribimos en esta revista, como muchos de los que trabajamos en distintas áreas del cine nos vemos sometidos a eso que la sociología define como el concepto de espiral de silencio. No somos todos, desde ya, pero si una gran parte los que nos vemos sometidos diariamente a una opresión ideológica (en muchos casos sin la menor constatación de parte de los opresores de si realmente hay o no diferencias ideológicas como las que presuponen) percibimos un clima de persistente violencia simbólica y literal. Y cuando esa violencia no se presenta de ese modo, lo que se presenta es una amenaza implícita, que tiene un correlato en nuestros trabajos, en espacios de investigación y estudio, pero también en nuestra vida en redes sociales, donde para evitar el hostigamiento muchos optan por la reclusión (dada por los filtros de privacidad de las redes) o peor aún, por la auto censura.

Muchos trabajadores de la industria del cine con los que hablamos diariamente (no hacemos nombre para preservar la identidad de quienes no desean que esto sea revelado, pero son bastantes, y en muchos casos inesperados, dado que para la supervivencia cotidiana deben solapar su discurso real), deben expresar sus opiniones reales casi de manera secreta, en breves conversaciones privadas, porque es la opresión que el mismo “medio” construye como discurso unificado la que impone ese temor de “si digo esto en voz alta me salta encima medio mundo porque no opino como ellos”. Es curioso, porque este sentimiento existe desde hace muchos años (al menos unos 15 y sino más), pero en períodos de elecciones se profundiza esa percepción insalubre de intolerancia (a título personal, sin asumir ningún rasgo de valentía, no me siento cómodo con ninguno de esos silencios pero los comprendo ya que para muchos esto les lleva su estabilidad laboral, su posibilidad de trabajo con pares que opinan de modo distinto y son agentes de esa opresión, pero también supone una limitación para trabajos futuros), donde incluso la amenaza de revisión de opiniones en redes se vuelve una constante promovida desde distintas áreas. Sin ir más lejos, el colega Juan Villegas supo dar cuenta de esta sensación desagradable de opresión en su libro Diario de la grieta, en donde el autor expone qué significa eso de disentir en un medio que sistemáticamente construye discursos de uniformidad, pero que curiosamente exhibe esa misma unidad entre los pocos que exhiben la cara (descaradamente) entregándose al poder de turno (algo que, dicho sea de paso, no es nuevo).
Entre un medio que no es representado por 10, 20, 50, 100, 200, 500 personas (pero que en su interior encuentra autopercibidos representantes, como los que verán en la foto que acompaña este editorial) y un medio que tiene a miles de trabajadores que no se encuentran alineados pero optan por el silencio (por los motivos que mencionamos previamente), (una parte de) el cine argentino movió sus fichas en el Festival Internacional del Mar del Plata 2023, posando con uno de los candidatos a la presidencia (y actual ministro de economía), Sergio Massa, acaso uno de los responsables mayores de la feroz crisis económica que vive el país en la actualidad (y que nada tiene que envidiarle a la crisis de 2001: no es difícil googlear datos). Pero en ese caso la gravedad no pasa por la foto y los individuos, sino por la persistencia unanimista y maniquea, que construye la extorsión moral (“si no estás con uno es que estás con el otro, si no estás conmigo, entonces sos execrable”), sino por la voluntad de representación (“El cine argentino unido”). Así las cosas, un acto de mayor gravedad acompaña esto. Y es el acompañamiento institucional habilitado por el Festival de Mar del Plata para que el acto político del blindaje “del medio cinematográfico” a Massa fuera posible. No solo eso: el uso de las redes del festival también redobló el marco institucional (disfrazado como noticia). En definitiva, a las puertas de una elección crucial un conjunto que se erige en representante unificado de un colectivo plural (pero que padece en silencio), un festival público habilita un acto partidario en el marco institucional y las redes refrendan el acto.

Ya lo dijimos en el editorial anterior: entre los extremos, entre las formas del fanatismo, toda disidencia se pierde. En serio les sorprende el panorama en el que estamos insertos?

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